DOS VALIENTES EN UN MUNDO HOSTIL
La Biblia está
llena de valientes, por quienes se ha transmitido la fe y la verdad de Dios. Su
lucha o resistencia ocurrió hace siglos pero la esencia del comportamiento
humano sigue siendo el mismo. Ahora, igual que antes, la sociedad contiene
multitud de creencias o supersticiones, de mensajes, de manipulaciones, etc. La
inclinación natural del hombre hacia el pecado (no combatida con las armas que
Dios pone a nuestro alcance) es la causa de la retro alimentación del EGO. Es
decir, aquellas personas que no combaten su naturaleza pecadora van sumando
cada vez más pecados, y cada vez más grabes. Y una de las cosas que crece
exponencialmente, si no se mantiene a raya, es la soberbia.
Como
sabemos, el orgullo es lo opuesto a la humildad. Para decirlo de otro modo, la
humildad nos ayuda a santificarnos y a parecernos más a Jesús; mientras que la
soberbia nos aleja de Dios y nos asemeja más a Satanás. El humilde reconoce a
Dios, le ama, le adora y sirve. En cambio el soberbio se
autoproclama dios, demanda adoración y exige servidumbre.
En
la historia de la Salvación y en nuestros días existen valientes que se rebelan
contra la propia tendencia interior hacia la soberbia y sus frutos, y que no
siguen el camino de los impíos sometidos a la naturaleza del hombre caído. De
este tipo de personas deseo destacar dos figuras bíblicas. La primera de ellas
vivió en tiempos de Nabucodonosor, mientras que la otra en época de Herodes
Antipas.
Nabucodonosor
hizo erigir una estatua de treinta metros de alto por tres de anchura en el
llano de Dura. «Mandó a los sátrapas, prefectos, gobernadores, consejeros,
tesoreros, juristas y jueces y a todas las autoridades provinciales, que se
reunieran y asistieran a la dedicación de la estatua erigida» (Dn 3,2).
Observamos cómo el tirano opresor, esclavo de su orgullo reúne a todas las
autoridades civiles, religiosas, financieras, legales, etc… ¿Para qué? Para que
recibieran un nuevo mandato ante la gran estatua: «En el momento en que oigáis
el cuerno, el pífano, la cítara, la sambuca, el salterio, la zampoña y toda
clase de música, os postraréis y adoraréis la estatua de oro que ha erigido el
rey Nabucodonosor. Aquél que no se postre y la adore será inmediatamente
arrojado en el horno de fuego ardiente» (Dn 3,4-6). Vamos a traducir el mensaje
a un lenguaje actual: El líder mundial o nacional reúne a todas las autoridades
mundiales o nacionales y les comunica que a partir de ahora cuando él dé la
señal deben postrarse y someterse ante aquello que se les ordene. Si no lo
hacen habrá represalias. En tiempos de Nabucodonosor se habla de una gran
estatua. Ahora se habla de proyectos, ideologías, objetivos, políticas, intereses,
economías, creencias, etc…
Básicamente,
en la actualidad como en la antigüedad, existen instrumentos del diablo cuyo
objetivo es someter a los pueblos para desviarlos de la Verdad, llevándolos por
caminos de supuesta prosperidad y felicidad cimentados en mentiras disfrazadas
de verdades con destino a la esclavitud, desesperación, fracaso, tristeza, y
finalmente la muerte. La mente de la sociedad sufre ataques sin tregua ni
piedad, sobre todo, a través de los medios de comunicación social, para someterla
y alinearla a la voluntad de la organización nacional o mundial predominante y
contraria a la Ley de Dios.
Es
significativo que el inmenso ídolo fuera de oro porque es el metal que tiene
mayor valor. Por tanto, Nabucodonosor realizó un gran esfuerzo económico para
erigir su imponente ídolo. Seguramente quería deslumbrar a todo el mundo con un
falso dios espectacular. El hecho de postrarse ante esa estatua constituía un importante
acto de sumisión, sino absoluto, al rey y a sus idolatrías. En nuestros días
también quieren que nos postremos ante grandes construcciones (materiales o inmateriales)
que no son más que mentiras. Pero nos las presentan tan grandes, tan bellas
y tan persuasivas que muchas veces
caemos en el engaño, o somos vencidos debido a nuestra falta de lucha y
valentía.
En el relato
del libro de Daniel, observamos cómo, llegado el momento, «todos los pueblos,
naciones y lenguas se postraron y adoraron la estatua de oro que había erigido
el rey Nabucodonosor» (Dn 3,7). Realmente se trataba de algo muy generalizado.
También hoy en día es algo muy generalizado postrarse ante la estatua del orden
social establecido. Todos se postran ante esta inmensa e idolátrica
construcción humana. Unos por convencimiento, otros por intereses, otros por
miedo y otros, sencillamente, son arrastrados por la corriente sin saber muy
bien lo que está pasando.
¿Se postraron
todos ante la estatua de Nabucodonosor?. La respuesta es No. Aquellos que
conocen el relato saben que Daniel y sus dos compañeros se negaron a hacerlo. Debido
a su negativa, fueron capturados y llevados ante la presencia de Nabucodonosor,
quien les preguntó: «¿Es verdad que no servís a mis dioses ni adoráis la
estatua de oro que yo he erigido?» (Dn 3,14). Sabemos que así fue y que nunca
lo hicieron, a pesar de las amenazas.
Todo ha
empezado por una estatua de oro, pero ahora se descubre todo el paquete.
Postrarse ante aquella estatua significaba aceptar y servir a los mismos dioses,
junto con sus doctrinas, a los cuales servía el rey. Continúa la semejanza con
nuestra realidad actual. Postrarse ante una ideología significa servir a los
dioses que la acompañan, ya sean materiales o inmateriales. Igualmente, esta
postración supone aceptar sus correspondientes doctrinas: ateísmo,
agnosticismo, sincretismo o relativismo religioso, anti cristianismo,
consumismo, exaltación del YO, aborto libre, aceptación de uniones de personas
del mismo sexo, cambio de sexo, esclavitud laboral, enriquecimiento ilícito,
etc… En definitiva, multitud de cosas, mayoritariamente respaldadas por leyes
humanas, contrarias a la voluntad de Dios.
Daniel y sus
compañeros nunca se postrarían ante un falso dios y nunca desobedecerían la Ley
de Dios aunque el precio fuera la tortura y la muerte. Ellos confiaban en que
Dios los libraría del horno de fuego ardiente, al cual podían ser arrojados por
no acatar el mandato real. Aunque también aceptaban la posibilidad del
sacrificio, si esta era la voluntad del Señor (cf. Dn 3,17-18). Nabucodonosor, lleno
de cólera, mandó encender un gran horno siete veces más fuerte de lo normal y
ordenó a sus hombres más corpulentos atar fuertemente a estos valientes para
asegurarse de que no pudieran auto liberarse (Dn 3, 19-20). De hecho, la
irritación (y sus sinónimos) es habitual entre los enemigos de Dios cuando no
pueden doblegar al valiente cristiano. Después le siguen la ira, las amenazas,
las ridiculizaciones, las burlas, etc. Más si con esto no es suficiente, es
probable algún tipo de coacción, pudiendo llegar a ser violenta.
Daniel y sus
compañeros fueron lanzados a un horno tan incandescente que cuando lo abrieron
mató a sus acompañantes opresores, en cambio Dios los salvó milagrosamente.
«Iban ellos por entre las llamas alabando a Dios y bendiciendo al Señor» (Dn
3,24) con una preciosa y poderosa alabanza a Dios. ¡Que nadie quite a alabanza
de nuestra boca!, sea cual sea la situación. Más aún si estamos en medio del
fuego de la persecución a causa de nuestra fe y valentía.
Esta vez, los
perseguidos fueron milagrosamente salvados por el poder de Dios, pero no
siempre es así. Tenemos otra figura bíblica, la cual es Juan Bautista, que
acabó de otra manera. Todos ellos coinciden en que no se doblegaron ante el
poder corrupto e idólatra de su tiempo, ni se amedrentaron ante las amenazas de
gobernantes y reyes. Daniel y Juan fueron firmes y radicales en su fidelidad a
Dios.
Juan Bautista
fue un hombre que se caracterizó por realizar un llamado público a la
conversión y por la denuncia, también publica, de las inmoralidades e
injusticias de su tiempo. Su celo por exponer la verdad y salvar almas para
Dios tiene el fundamento bíblico en aquellas palabras del profeta Ezequiel que
dicen: «Si le digo al malvado: ¡Vas a morir! y si tú no se lo adviertes, si no
hablas de tal manera que ese malvado deje su mala conducta y así salve su vida,
ese malvado morirá debido a su falta, pero a ti te pediré cuenta de su sangre»
(Ez 3,18). Por tanto, Juan bautizaba en el desierto y predicaba la conversión
para el perdón de los pecados. En él se encarnaban las palabras del profeta
Isaías: «Envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino. Voz
del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus
sendas» (Mc 1,2).
Juan se tomó
muy en serio su ministerio, hasta el punto de denunciar públicamente las
irregularidades, inmoralidades o pecados de cualquiera, incluidas las del
tetrarca Herodes, sin miedo a represalias. Para los cristianos es sobradamente
conocido el relato del arresto y muerte de Juan el Bautista como consecuencia
de la corrección que hizo a Herodes por estar cometiendo adulterio con la mujer
de su hermano Filipo (cf. Mt 14,1-12). Seguramente la actividad de Juan debió
ser una continua llamada a la conversión para todos, sin excepción: ricos,
pobres, esclavos, señores, sacerdotes, sencillos, sabios, pastores, reyes, etc…
Daniel y Juan
sufrieron una dura persecución a causa de su radical fidelidad al llamado de
Dios. En ningún momento se dejaron doblegar por el poder del gobierno mundano establecido,
al cual le resultaba incómoda su presencia. La persecución sufrida por Daniel Y
Juan se origina de dos formas diferenciadas:
1. Persecución al orante. Daniel fue
perseguido y condenado a muerte por ser un hombre de oración que únicamente
adoraba al verdadero Dios. Su determinación por no acatar leyes contrarias a
Dios y a la libertad religiosa, originó denuncias, amenazas y condenas. A los
gobernantes de su tiempo (y a los de ahora) incomodaban los indoblegables
fieles de Dios. Estos, eran perseguidos, no por tener un ministerio público de
predicación que pudiera causar tensiones, sino por su integridad y fidelidad
incondicional al Señor en su vida privada y por desobedecer leyes opuestas a la
voluntad de Dios.
2. Persecución al profeta. Se trata de
la persecución sufrida por aquellos que transmiten al pueblo las palabras de
Dios, ya sea en forma de mensaje literal o bien mediante la predicación inspirada
por el Espíritu Santo. Ya no se trata únicamente de ser un fervoroso creyente
en la iglesia o en la intimidad de la habitación. Se trata de personas que
lanzan el mensaje de Dios a los cuatro vientos, como Juan Bautista. Esto resulta
realmente incómodo a las potestades satánicas y, evidentemente, a sus
servidores, los cuales cuando están aposentados en lugares de gobierno utilizan
toda clase de manipulaciones perversas para eliminar cualquier oposición a sus,
también, perversos planes.
¿Qué
nos pide Dios hoy a los cristianos? El Señor quiere que seamos radicalmente
fieles en la oración como Daniel. Que nuestra vida sea una continua oración a
Dios allá donde estemos, sin ocultar nuestra condición de cristianos. Al mismo
tiempo, Dios quiere que exterioricemos y pongamos en práctica los dones y
carismas que nos ha regalado. El Mundo quiere que callemos y que no actuemos,
pero Dios nos llama a ser valientes. Jesús nos dice en el Evangelio según
Mateo: «Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que
oís al oído, proclamadlo desde los terrados. Y no temáis a los que matan el
cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a
la perdición alma y cuerpo en la gehenna.» (Mt 10,27-28)
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