Y EL ESPÍRITU LO LLEVÓ AL DESIERTO


Reflexión de Lc 4,1-13. Tentaciones en el desierto.




1. Era conducido por el Espíritu al desierto. Aún siendo el Hijo de Dios, el Espíritu Santo lo guió hacia el desierto para ser probado. Después de haber tenido la experiencia del bautismo y haberse proclamado mediante una voz en el cielo que Jesús de Nazaret era el Hijo de Dios, llegó el momento de la prueba. ¿Porqué tenía que pasar Jesús por esa prueba si era Dios?

Dios se hizo hombre para asumir todo lo que es la humanidad, con sus sufrimientos, limitaciones, tentaciones...  Es decir, no se hizo hombre para elegir cuales cosas experimentar y cuales no. Si hubiera querido elegir las cosas según su antojo, también podría no haberse hecho hombre y hacerlo todo como por arte de magia. Pero Dios no hace las cosas a medias. Cuando decide hacer algo lo hace hasta las últimas consecuencias.

Como hombre lo experimentó todo, incluso la tentación. Como dice la Carta a los Hebreos: «No tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, si no  probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado» (He 4,15). Por tanto Dios hecho hombre, es decir, Jesús, tenía que pasar por las mismas pruebas y dificultades que cualquier otro ser humano. Cuando llegó la Cruz llevó a ella, no solo los pecados de todos los hombres y de todos los tiempos, si no también toda dificultad, prueba,  sufrimiento, necesidad, angustia..., todo lo malo que un hombre puede experimentar. Todo lo fue superando y cargando para darle muerte definitiva en la Cruz.

La vida de Jesús es una muestra de lo que todo cristiano va a experimentar. Por muy grandes que sean las experiencias del Espíritu Santo que hayas vivido, el Espíritu va a llevarte al desierto para ser probado. Recuérdalo: Vas a entrar en el desierto. No se puede evitar, así que mejor saberlo de antemano y prepararse para vencer. Porque si no eres consciente de esto, lo más seguro es que fracases en tu primera travesía por el desierto. Y tendrás que repetir hasta que lo superes.

2. Sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan» (Lc 4,3). Jesús había ayunado y orado mucho. Llegaría un momento que se sentiría débil y hambriento. Fue la ocasión oportuna que aprovechó el diablo para tentarle. Era el momento de vencer a Jesús. Y parecía que además iba a ser vencido con un de los tipos de tentaciones más básicos, es decir, algo tan sencillo como lo referente a la carne.

A esta tentación en el desierto se acostumbra a identificar todo lo referente a los pecados de la carne. Cuando el hombre tiene una debilidad, sea cual sea y motivada por cualquier tipo de origen (natural o espiritual), el diablo intenta aprovecharse de ella para hacer caer en pecado. Tenemos que descubrir nuestras debilidades y su origen para poder estar prevenidos y así luchar mejor contra todo lo que pueda facilitar que cedamos ante la tentación.

3. Le mostró en un instante todos los reinos de la Tierra, y le dijo el diablo: «Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha sido entregada, y se la doy a quien quiero. Si pues me adoras será toda tuya» (Lc 4,6-7). Ahora el diablo intenta, mediante la tentación a través de la vista, despertar en Jesús la codicia o incluso algo muy, muy humano: el “YO”. Todo hombre tiene un YO que quiere estar por encima de los otros, quiere dominar, mandar, someter. Ya lo dijo Jesús: «los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo» (Mt 20,26-27).
La mayoría de las personas piensan en prosperar para poder estar por encima de los demás, en las empresas, en el gobierno, en las organizaciones, incluso puede suceder en las iglesias. Nos gusta “ser algo o alguien” y que lo sepan, y se nos sometan. Para un hombre soberbio que siempre quiera ser más que el otro esta sería una gran tentación.

Un detalle que hay que tener en cuenta es que el mundo pertenece al diablo. Es cierto que Jesús nos ha rescatado con su sangre y los cristianos, aunque estemos en el mundo no somos del mundo, pero  todo aquel que no ha aceptado a Jesús sigue siendo del mundo y, lo sepa o no, su dueño es el diablo.

Esta tentación tiene algo muy importante. El diablo ofrece sus posesiones a cambio de algo: de ser adorado. Quiere que Jesús se le someta y le reconozca como su dios. Para obtener poder y gloria en este mundo, ¿cuántos habrán hecho cosas contrarias a la Palabra de Dios para conseguirlo?  No me refiero a debilidad humana, o a actos reflejos para proteger nuestro YO u orgullo de los cuales luego nos arrepentimos, sino a algo premeditado y plenamente consciente que provocamos o permitimos para poder promocionar en este mundo. Quien actúa de esta manera quizás pueda tener potestad sobre muchas cosas pero él mismo se somete al peor de los señores, el diablo.

4. Tírate de aquí abajo. Parece ser que al diablo se le acabaron los “cartuchos” con Jesús. Así que, ¿por qué no cambiar de método y proponer algo que no sea pecado?, por ejemplo: un acto de fe. Es algo que el mismo Dios todopoderoso puede pedir como prueba. Pero hay una diferencia que depende de la procedencia de la petición. Si la propuesta viene de Dios se trata de un acto de fe, si, en cambio, viene del diablo es una tentación o provocación a Dios aún pudiendo ser la misma petición. Si nos tiramos por un precipicio para probarle nos aplastaremos contra el suelo, pero si por causa de la misión a la cual nos envía  Dios llega un momento que sentimos que nos llama a dar ese paso en fe, saldremos victoriosos.

Con Dios no se puede jugar. El no está para satisfacer nuestras curiosidades y no cederá si le ponemos a prueba. Dios no es manipulable. Si Jesús hubiera cedido a esta petición, no habría cometido un pecado según el concepto normal, aunque estaría desobedeciendo el mandato de no tentar a Dios, lo cual sería algo de pecado. Aunque, si lo hubiera hecho para decir: “ya estoy cansado de tantas tonterías, para que veas que sí soy el Hijo de Dios me tiro y verás como me rescatan los ángeles”; su intención no habría sido desobedecer a Dios, sino ponerse en sus manos confiadamente para que su identidad se manifestara. Aún así Jesús habría hecho lo que el diablo le dijo y esto sería haber perdido la batalla. Nunca hay que ceder al diablo aunque lo que se nos pida parezca inofensivo, comprensivo, y hasta caritativo. Debemos aprender a discernir la procedencia e intención de lo que creemos que hemos de hacer.

5. La Palabra de Dios es la mejor arma para defendernos del diablo. Cuando más la conozcamos mejor podremos defendernos. Jesús derrotó al diablo con la Palabra. Cuando el diablo se dio cuenta que había perdido los dos primeros asaltos por este motivo intentó manipular esta Palabra a su favor para forzar a Jesús pero aún así perdió la batalla. Se puede desenmascarar la mala intención del uso de la Palabra según el interés personal con el uso de la Palabra según el Espíritu.

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