TEMPLOS DEL ESPÍITU SANTO

San Pablo nos muestra, en el comienzo de su carta a los Romanos, la existencia de una relaci ó n con Dios a nivel espiritual cuando escribe: « Dios a quien venero en mi esp í ritu predicando el evangelio » (Rm 1,9). No se trata de una realidad exclusiva en é l, sino extensible a todo cristiano, como podemos entender de otro texto: « Mas vosotros no est á is en la carne, sino en el esp í ritu, ya que el Esp í ritu de Dios habita en vosotros » (Rm 8,9). Por tanto, somos un habit á culo sagrado. Se trata del mismo Esp í ritu Santo que ha querido unirse a nuestro esp í ritu como prueba de que hemos sido adoptados, convirti é ndonos en hijos de Dios (cf. Rm 8,16). Desde esta posici ó n privilegiada, recibida por gracia, obtenemos infinidad de beneficios espirituales, como que « el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Esp í ritu Santo que nos ha sido dado » (Rm 5,5). Con toda su grandeza, obsequios, bendiciones, ayudas y su presencia ininterrumpida, el Esp í rit