SIN UNIDAD NO HAY BENDICIÓN
«Quiero,
pues, que los hombres oren en todo lugar elevando hacia el cielo unas manos
piadosas, sin ira ni discusiones» (1Tm 2,8)
En estas palabras de la Carta a Timoteo el apóstol Pablo expone un
deseo personal, en comunión con la voluntad de Dios. Se trata de la unidad y la
paz en la Comunidad Cristiana. Lastimosamente, desde los inicios del cristianismo
han existido discusiones y divisiones. Es inevitable que haya diversos puntos
de vista sobre ciertos temas, sobre todo cuando la Palabra de Dios no habla
explícitamente de alguna cosa y hay que discernir la verdad a partir de
interpretaciones. Normalmente, las diferencias tratadas correctamente y
expuestas con humildad y sincera búsqueda de la voluntad de Dios acostumbran a
acabar bien y producen frutos positivos. En cambio, cuando los distintos puntos
de vista tienen alguna raíz pecaminosa, la disyuntiva, casi con toda seguridad,
acaba en división. ¿Cuál es la raíz pecaminosa que divide más? La soberbia. Y
ésta se puede encontrar tanto entre iguales, como en el superior o en el
súbdito. La soberbia u orgullo lleva consigo una serie de hijos que, entre
otros, pueden ser: la crítica, la murmuración, la queja, la difamación, la
burla, la envidia, etc…
Es muy hermoso experimentar la unción del Espíritu Santo en una
iglesia unida donde la alabanza y la adoración brotan al unísono. La gloria y
la presencia de Dios pueden sentirse en estas circunstancias. Es algo muy
hermoso. Por otra parte, es muy triste observar lo contrario, es decir,
oscuridad, monotonía, ritualismo rutinario y vacío. Estos elementos podrían ser
los frutos de la discordia, ya sea oculta o manifiesta.
¿cómo está tu grupo de oración, tu comunidad o tu iglesia? ¿Hay unión
o división? Y si hay división, no pienses en aquello que puedan hacer los otros
para arreglar la situación, sino en lo que tú puedes hacer. Las discusiones y
la división son cosas contrarias a Dios. Donde están ellas no está el Espíritu
Santo, o al menos su misión no puede realizarse plenamente. En una comunidad
cristiana siempre existirán controversias a solucionar, pero esto no tiene por
qué ser un impedimento para la unidad. Ésta puede existir en la diversidad
cuando la mente y el corazón de todos están unidos en un mismo Espíritu y
forman un solo cuerpo en Jesús. Hay que tener paciencia con los errores y
defectos de nuestros hermanos, sobretodo de los responsables y pastores, ya que
nadie es perfecto. Ahora bien, éstos no deben acostumbrarse a una indulgencia
permanente de sus fallos, bajo la protección de su posición y autoridad. Porque
si es peligrosa la soberbia de un discípulo, mucho más lo es la de un líder o
pastor, y ambas causan división.
Dios es Uno y Trino. En Él no existe discusión ni división posible.
Dice Jesús: «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,30). Cristo únicamente busca la
voluntad del Padre en perfecta harmonía: «No puedo yo hacer nada por mí mismo;
según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino
la voluntad del que me envió, la del Padre.» (Jn 5,30). ¿Alguno podría suponer
por un momento la posibilidad de una discusión entre el Padre y el Hijo? ¿Os
podríais imaginar al Padre pidiendo la ejecución de algún hecho y a Jesús
diciéndole: no lo voy a hacer porque no estoy de acuerdo? Esto es impensable e
imposible. Ya sé que estamos hablando de Dios y que en Él existe una unidad absoluta
en un mismo Espíritu. Cuando una de las Personas de la Trinidad, piensa, dice o
hace algo, en realidad es Dios en su totalidad quien lo realiza. Jesús nos
enseña algo esencial para mantener la unidad. Se trata de buscar la voluntad de
Dios y no hacer nada por sí mismo (Cf. Jn 5,10). Para esto hace falta humildad,
ya que puede darse la situación de que la voluntad de Dios no coincida con la
nuestra y haya que renunciar a los propios planes, o al menos modificarlos para
alinearlos al beneplácito de Dios.
Por analogía, si Dios es unidad y paz, allí donde están ellas
presentes también lo está el Señor haciendo grandes cosas. Por otro lado, donde
hay división y discusión Dios no puede sentirse cómodo y su acción sobre los
hombres se ve gravemente limitada. San Pablo, en la Carta a los Efesios hace
otra llamada a la unidad: «Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que
viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con
toda humildad, mansedumbre y paciencia,
soportándoos unos a otros por amor,
poniendo empeño en conservar la unidad del
Espíritu con el vínculo de la paz» (Ef 4,1-4).
En esta cita bíblica encontramos los
pilares de la unidad, que son: la HUMILDAD, la MANSEDUMBRE, la PACIENCIA, el
AMOR. Si existen estas cuatro cosas básicas podemos estar seguros de que será
posible la UNIDAD y la PAZ.
Ahora bien, ¿qué podemos hacer si en el lugar cristiano que frecuentamos
existe división y discusión?. Ante todo orar sin desfallecer para que el
Espíritu Santo, que es Espíritu de unidad, tenga misericordia y guíe a las
personas por caminos de reconciliación. Y a partir de aquí hacer todo lo que
esté en nuestras manos para recuperar la paz y la unidad. Recordemos estas
palabras del Maestro infalible, Jesús: «Si, pues, al presentar tu ofrenda en el
altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu
ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano;
luego vuelves y presentas tu ofrenda» (Mt 5,23-24). Verdaderas y hermosas
palabras que deberían hacernos pensar mucho ante tantas situaciones de
división. Jesús está hablando de algo
típico de los judíos, que era presentar ofrendas en el altar del Templo ante
Dios. ¿Acaso creemos que nuestras ofrendas serán agradables mientras estemos
discutidos con el hermano?. Ahora bien, ¿y si cambiamos la palabra ofrenda por
otras? Por ejemplo: “cuando vayas a misa”, “cuando vayas a alabar, a adorar”,
“cuando vayas pedir algo a Dios”, etc… ¡Párate y reflexiona!... Todo lo que
hagas ante el Señor no te servirá de mucho si no estás en paz con tu hermano.
Primero haz el propósito de esforzarte para alcanzar la reconciliación, la
unidad y la paz, luego continúa con tu oración y cumple tu promesa. Si aún
después de muchos esfuerzos por una de las partes no se consiguen los
resultados deseados porque la otra parte se mantiene inflexible y hay un
bloqueo para solucionar el tema, entonces es momento de discernir, con la ayuda
de Dios y de alguien experimentado y espiritual, que determinación debemos
tomar.
Si en tu grupo, comunidad, asociación cristiana, movimiento o iglesia,
no hay unción, los carismas desaparecen, la gente está apática y protestona, y
hay otros signos similares, quizás una de las posibles causas sea la falta de
unión interna y/o externa. La división no resuelta conlleva consecuencias
negativas. Muchas veces oímos voces que llaman a la unidad interconfesional, y
está bien fomentarla, pero ¿cómo está la unidad en nuestra casa? Recordemos
otras palabras de Jesús: «Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado, y
toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá» (Mt 12,25). Si en
el lugar donde estamos existe división caminamos hacia la autodestrucción.
Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo son Uno. El Espíritu ha sido
derramado en los corazones de todos los bautizados. Tenemos «un solo Señor, una
sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos,
por todos y en todos» (Ef 4,5-6). Entonces si Dios es uno, el Espíritu Santo
derramado es siempre el mismo y la Verdad que nos trae es inmutable, ¿qué está
sucediendo? ¿acaso no estaremos facilitando las cosas al Diablo con nuestras
divisiones?.
Señor Dios todopoderoso permítenos repetirte la oración de tu Hijo
Jesús: «Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que
sean uno, así como nosotros» (Jn 17,11). Hermanos, pidamos luz al Señor en
oración para que nos muestre qué debemos hacer para avanzar hacia la unidad y
la paz.
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