EL REINO DE DIOS
«Te damos gracias, Señor, Dios Todopoderoso, aquel que es y
que era porque has asumido tu inmenso poder para establecer tu reinado» (Ap
11,17)
Los veinticuatro Ancianos,
postrados en adoración ante el trono de Dios, dan gracias por el
establecimiento definitivo del Reino de Dios. Como ya sabemos, esta imagen se
refiere a un acontecimiento futuro inevitable, aunque muchos quieran buscar
alternativas. Los verdaderos cristianos desean la completa llegada del Reino de
los cielos, momento en que Dios aplicará su poder sin piedad ante el enemigo y
lo derrotará.
Podríamos preguntarnos: ¿cuándo
llegará este reino?. El Evangelio de San Marcos nos dice: «el tiempo se ha
cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva»
(Mc 1,15). Estas son palabras de Juan Bautista, el último profeta antes de
Jesucristo. Lo cual significa que cuando se dio este mensaje aún no había
llegado el Reino esperado. Sí dice que está cerca, pero ¿cuánto de cerca?.
Cuando Jesús empezó a hacer
milagros y señales prodigiosas, Juan, desde la cárcel envió a algunos de sus
discípulos a preguntarle si Él era el que había de venir. Se trata de una
pregunta fácil de responder. Simplemente habría que decir sí o no. Pero Jesús
responde a la manera de Dios, es decir, con la Palabra revelada: «Id y contad a
Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos
quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres
la Buena Nueva» (Lc 7,22). Parece un mensaje en clave, y de alguna manera lo
es, ya que únicamente los conocedores de las Sagradas Escrituras podrían descubrir
su profundo significado. Imaginemos que un profeta nos dice: «¡Ánimo, no
temáis! Mirad que vuestro Dios viene vengador; es la recompensa de Dios, él
vendrá y os salvará. Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las
orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como el ciervo, y la
lengua del mudo lanzará gritos de júbilo» «Revivirán tus muertos y tus
cadáveres resurgirán, despertarán y darán gritos de júbilo». Imaginemos que esto
se anuncia entre 500 y 700 años antes de que suceda y ha pasado de una
generación a otra. Un día alguien nos dice que esto está sucediendo y
relacionamos estos hechos con la promesa profética. Entonces, aquel que realiza
estas maravillas ¿es el que tenía que venir, o no?. Jesús habla mediante el
testimonio de sus obras, las cuales revelan el cumplimiento de las promesas de
Dios anunciadas por el profeta Isaías (cf. Is 26,19; 29,18; 35,5-6). Así pues, Jesús es quien tenía que venir y trae consigo unas
manifestaciones de poder propias del Reino de Dios. Ahora bien, Cristo ha venido, pero ¿ha venido a establecer el Reino o sólo hace milagros?. Jesús en una de sus victorias ante
Satanás dice: «si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha
llegado a vosotros el Reino de Dios» (Mt 12,28). Por tanto, Jesús es el Mesías esperado, el
Hijo de Dios, no viene solo, sino
que trae consigo todo el Reino de los cielos.
Desde Juan Bautista está abierta
la era del Reino, aunque existe un espacio temporal entre su inauguración
histórica y su realización perfecta. En este espacio temporal encontramos dos
etapas:
1. Etapa de Jesús.
Jesús es Rey y, por tanto, Señor
de un reino. Cuando dialogaba con Pilato dijo: «mi reino no es de este mundo
[…] como dices, soy Rey» (Jn 18,36-37). El Rey Jesús vino al mundo a establecer
su Reino, es decir, el Reino de Dios. Durante su estancia en el mundo manifestó
quien era y demostró que en su mano está todo el poder. A través de él se hacía
presente el Reino de Dios con grandes y pequeños milagros. Una vez resucitado,
Jesús, es entronizado y proclamando abiertamente como «Rey de reyes y Señor de
señores» (Ap 19,16; 17,14). La etapa de Jesús se divide en dos partes: la
iniciadora y la consumadora. En la primera establece su reino en el Mundo,
iniciando una nueva etapa en la historia de la humanidad, pero no hay
imposición. Simplemente está aquí y a veces se manifiesta su presencia con
signos y señales que le son propias. La segunda parte será en la Parusía.
Entonces establecerá el Reino de Dios plenamente destruyendo todo Principado,
Dominación y Potestad (cf. 1Co 15,24).
2. Etapa de los discípulos de Jesús.
Una vez Jesús resucitó y ascendió
al cielo, ¿qué sucedió con el Reino que él trajo? ¿Se fue con él?. NO. Dios no
nos dejó huérfanos (cf. Jn 14,18), sino que envió su Espíritu Santo y de esta
manera mantiene su presencia entre nosotros. En la etapa de los discípulos de
Jesús, es decir, la nuestra, el Reino de Dios abarca dos realidades. Una en el
presente y otra en el futuro escatológico. Todos somos llamados a entrar en el
Reino, una vez dejemos este mundo, pero ¿Qué pasa mientras llega ese momento?.
Mientras llega ese maravilloso
día de manifestación victoriosa de Dios en nuestro mundo coexisten dos reinos: El
Reino de Dios y el del diablo. El de Dios es de amor, gozo, paz, verdad… y el
del diablo de odio, destrucción, sufrimiento, mentira… En el final de los
tiempos, el Señor Todopoderoso impondrá su Reino, pero mientras llega ese
momento podemos preguntarnos, ¿Realmente el Reino de Dios está entre nosotros o
sólo una parte de él?. Cuando observamos o experimentamos los males de este
mundo podemos cuestionar esta presencia. Pero no debemos caer en la duda y la
desesperación porque Dios está realmente presente todos los días hasta el fin
del mundo (cf. Mt 28,20). Por tanto el Reino de Dios no se ha esfumado, el gran
cambio es que ahora se manifiesta a través de los que permanecen unidos a
Cristo (cf. Jn 15), quien, por su Espíritu, obra a través de ellos. A los discípulos, Jesús les dice
que ya no son de este mundo. Él los ha sacado de ahí (cf. Jn 15,19). Por tanto, aquel que vive en
Cristo pertenece a su reino, le acepta como rey y puede ser utilizado por el
Espíritu Santo en las acciones del Reino en el mundo.
A parte de cosas como la
conversión, el arrepentimiento, la humildad, la santidad, etc., que son
imprescindibles para todo discípulo de Jesús, hay una cosa que sin ella, por
muy cristiano que uno se considere, no se puede ser un instrumento del Reino de
Dios en el mundo. Este elemento es la Fe. Pero no se trata de una fe pasiva, sino en una
fe activa. Esta última implica creerse de verdad la Palabra de Dios y no
manipular su contenido cuando dice cosas como: «Estas son las señales que
acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en
lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les
hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien» (Mc
16,17-18). Y otras como: «En verdad, en
verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y
hará mayores aún, porque yo voy al Padre» (Jn 14,12).
En conclusión: El Reino de Dios
está presente. Jesús vendrá a establecerlo plenamente destruyendo a todo
enemigo. Mientras llega este momento, una vez Cristo ya ha introducido su reinado en
el mundo, a sus discípulos se nos entrega la potestad de manifestarlo mediante
los signos y señales que el Espíritu Santo nos conceda realizar mediante la fe.
Tenemos que ser conscientes que nuestro Rey no es de este mundo, ni tampoco
nosotros. Si habláramos en términos militares, estamos en territorio enemigo y
debemos conquistar las almas de los hombres con las armas del Espíritu, para
que pasen del reino de las tinieblas y de la muerte al Reino de la Vida.
¿A qué reino quieres pertenecer?
Dios cuenta contigo para extender,
declarar y manifestar su Reino en el mundo.
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