INICIOS DEL MOVIMIENTO LLAMADO "RENOVACIÓN CARISMÁTICA CATÓLICA"




En el año 1975 se editó el libro “YO HAGO UN MUNDO NUEVO” de Walter Smet S. J., en el que se estudian los inicios de lo que hoy conocemos como la Renovación Carismática Católica. En este tema se hace una antología del segundo y tercer capítulos del libro, complementada con alguna otra información. Es interesante observar la sinceridad de corazón y el anhelo de aquellos católicos de encontrar algo más de Dios. Ya eran creyentes pero necesitaban más. Habían estudiado los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles llegando a la conclusión de que aquello que sucedió en el pasado no tenía por qué haber caducado, sino que estaban convencidos de su vigencia y actualidad también en nuestro tiempo. Es bonito y curioso observar como el Espíritu Santo vino a ellos de una forma tan libre de toda institucionalidad y normativas, aún suponiendo que los presentes eran fieles a sus creencias e iglesia. En aquellos inicios se vislumbra una unidad entre los miembros de la Renovación Carismática, posiblemente debido a la euforia inicial, pero sea como sea, aún con diferencias formaban un solo “cuerpo” caminando juntos, gozosos, entusiasmados y llenos del Espíritu Santo.


Decía el P. Smet: «Hoy en día se oye hablar con frecuencia en medios católicos de la “Renovación en el Espíritu Santo”. Por todas partes surgen grupos de oración. Sacerdotes y seglares, jóvenes y adultos, padres e hijos sin la menor discriminación se encuentran en el mismo grupo […] Oran juntos, leen la Biblia, celebran la Eucaristía y tratan de edificarse mutuamente. No hay estructura o dirección bien definida. Se pide a Jesús la efusión del Espíritu sobre la asamblea. Él es quien tiene la responsabilidad de conducirla, de animar la oración, de escoger los textos de la Biblia y de inspirar su interpretación a uno u otro de los participantes. » (Pg.24).

Walter Smet, también decía que el hecho en sí de reunirse para orar, el redescubrimiento de la importancia del silencio, la contemplación, etc… no era algo nuevo, ya que siempre ha habido épocas en las que han emergido grandes y nuevos proyectos similares en la Iglesia.  «El movimiento de la renovación en el Espíritu Santo es algo más que una re-estimación de la oración y una comunidad de alabanza a Dios. Visitando estos grupos se escuchan relatos de conversiones extraordinarias por la efusión del Espíritu. Se encuentra uno en presencia de efectos maravillosos de dones y carismas, idénticos a los que los Apóstoles y los primeros discípulos recibieron en Pentecostés por la venida del Espíritu Santo. […] Es por este motivo que hablamos de una renovación carismática» (Pg. 25).

TRES FORMAS DE PENTECOSTALISMO

La efusión del Espíritu entre los católicos no ocurre como un fenómeno aislado.

1. En 1900, Topeka, Estados Unidos, surgió un movimiento religioso que más tarde se reconoció ser el punto de partida de un movimiento universal: El Pentecostalismo. No fue reconocido por las iglesias protestantes tradicionales y creó pronto sus propias iglesias (Pentecostales, Asambleas de Dios,etc…). En un plazo de 60 años el Pentecostalismo se extendió por todo el mundo a una velocidad y fuerza verdaderamente asombrosas.

2. A partir de 1956 la renovación pentecostal estalló casi por todas partes al mismo tiempo en el seno de las iglesias protestantes tradicionales: luteranos, anglicanos, presbiterianos, metodistas, bautistas, etc… En este caso se la llamaba Neo-Pentostalismo.

3. Por último, llega a la Iglesia Católica a partir del Concilio Vaticano II.


Cabe recordar que en el año 1897 el Papa León XIII escribió la encíclica “DIVINUM ILLUD MUNUS” sobre el Espíritu Santo. Es significativo observar cómo a finales del s. XIX entre los católicos empezaba a resurgir la importancia del Espíritu Santo. Aunque de momento, y por motivos que ahora no analizaremos (quizás si en otros temas) no era tan visible como en otras iglesias cristianas. El Papa León XIII, escribió: «conviene rogar y pedir al Espíritu Santo, cuyo auxilio y protección todos necesitamos en extremo. Somos pobres, débiles, atribulados, inclinados al mal: luego recurramos a El, fuente inexhausta de luz, de consuelo y de gracia […]Cuál sea la manera conveniente para invocarle, aprendámoslo de la Iglesia, que suplicante se vuelve al mismo Espíritu Santo y lo llama con los nombres más dulces de padre de los pobres, dador de los dones, luz de los corazones, consolador benéfico, huésped del alma, aura de refrigerio; y le suplica encarecidamente que limpie, sane y riegue nuestras mentes y nuestros corazones, y que conceda a todos los que en El confiamos el premio de la virtud, el feliz final de la vida presente, el perenne gozo en la futura. Ni cabe pensar que estas plegarias no sean escuchadas por aquel de quien leemos que ruega por nosotros con gemidos inefables. En resumen, debemos suplicarle con confianza y constancia para que diariamente nos ilustre más y más con su luz y nos inflame con su caridad, disponiéndonos así por la fe y por el amor a que trabajemos con denuedo por adquirir los premios eternos, puesto que El es la prenda de nuestra heredad.» (DIM 15)


El Pentecostalismo inicial se centra mucho en el bautismo del Espíritu y la efusión de sus dones. Esto supone un estilo de oración muy particular, con ritos y gestos que son una forma de exteriorizar lo que se vive en el interior. Su tendencia acostumbra a ser bastante antiinstitucional. Los pentecostales dan mucha importancia a la experiencia personal de Dios y no quieren llegar a grandes organizaciones institucionales. Crean estructuras de iglesias libres e informales.

Los Neo-Pentecostales continúan fieles a sus iglesias primitivas, pero viven la fe con un espíritu nuevo que deriva del bautismo en el Espíritu y de sus carismas. Algunos de ellos se alegran de que haya llegado la renovación carismática a la Iglesia Católica. Lo cual favorece el diálogo ecuménico y la colaboración en el ámbito teológico.

Los “Pentecostales” católicos creen que el Espíritu Santo se manifiesta en la Iglesia Católica comunicando sus dones o carismas tal como se describen en los Hechos de los Apóstoles y en las cartas apostólicas. Entre los católicos, la efusión del Espíritu no sólo aporta carismas y una experiencia personal de Dios, sino que los lleva a tener una vida sacramental más intensa, a revalorizar la Eucaristía, entre otras cosas. El católico continúa formando parte de su comunidad eclesial y busca ser instrumento del Espíritu Santo para la renovación de toda la Iglesia Católica.

Actualmente, todavía hay diferencias entre Pentecostales, Neo-Pentecostales y Católicos. Por lo que estos últimos, en sus inicios, prefirieron no hablar de “pentecostalismo católico”, aunque se insinúa, sino de “renovación en el Espíritu Santo”. Pero, rápidamente se estandarizó el nombre de Renovación Carismática Católica.

La Renovación Carismática Católica tubo sus inicios en Estados Unidos, en medio de un ambiente de división entre católicos a causa del Concilio Vaticano II. «Todo empezó con un historiador, el doctor Storey, y un teólogo, Ralph Keifer, profesores seglares de la Universidad Católica Duquesne en Pittsburgh, estado de Pennsylvania. Eran hombres de oración y activamente comprometidos en los movimientos litúrgico, social y apostólicos. Se sentían decepcionados por el débil resultado de sus esfuerzos, e investigaron la causa. ¿Por qué el Evangelio no tenía la misma eficacia como en los primeros tiempos del cristianismo? Los cristianos de entonces ¿no habían renovado la faz del mundo?» (Pg. 35). Después de leer los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles se dieron cuenta de que su propia vida cristiana parecía el fruto de sus propios esfuerzos y voluntad, y que, por alguna razón, les faltaba dinamismo, profundidad. Observaban cómo los primeros cristianos, después de Pentecostés fueron capaces de transformar el mundo, de luchar, evangelizar con fuerza , poder y sin miedo, llegando incluso al martirio.

Storey y Keifer meditaron sobre la primera experiencia de Pentecostés llegando a desear que se repitiera en ellos. Así pues, tomaron el compromiso de orar el uno por el otro cada día para poder obtener el favor de ser llenados del Espíritu Santo. Repetían cada día el himno “Ven Espíritu Santo”. Pensaban que orando así únicamente cabía esperar a que sucediera algo. En su caminar y oración se les unieron Steve Clark y Ralph Martin, colaboradores seglares de la parroquia de la Universidad del Estado de Michigan.

Por otro lado, había una Señora llamada Florence Dodge, en cuya casa se reunía un grupo de Pentecostales protestantes de forma regular para orar. Los cuatro católicos buscadores de la experiencia de Pentecostés en sus vidas conocieron a  la señora Dodge y acudieron un día a su casa. Dan testimonio de que allí su petición fue escuchada. Oraron sobre ellos y fueron llenos del Espíritu Santo.

Al poco tiempo, en torno a estos hombres de la Universidad de Duquesne se formó el primer grupo con intención de ser carismático, aunque quizás no eran plenamente conscientes de ello. Existían otros grupos de reflexión, e intentos de convocatorias, pero solamente en este grupo en particular empezó a moverse el Espíritu Santo  creando lo que ahora conocemos como la Renovación Carismática.

En ese primer grupo que se formó había unas 30 personas, entre estudiantes y profesores. Decidieron realizar un retiro el fin de semana del 17 de febrero de 1967, el cual ha pasado a la historia como el fin de semana de Duquesne. Los que participaron sabían muy poco o casi nada del bautismo en el Espíritu y los dones que se habían manifestado en los dirigentes del grupo. Se habían reunido únicamente para descubrir la voluntad de Dios en su vida. Convinieron en estudiar los cuatro primeros capítulos de los Hechos de los Apóstoles.

El sábado por la noche hicieron una pequeña velada para celebrar un cumpleaños. Estaban cansados de orar y decidieron relajarse un poco. Pero en lugar de fiesta, uno tras otro, de forma espontánea se dirigieron a la capilla, por inspiración del Espíritu Santo. David Magnan, uno de los que allí estaban, cuenta su experiencia: «Sin comprender lo que hacía entré en la capilla. Estaba de pié delante del altar. Un instante después me encontré en el suelo en un transporte extático […] de repente Jesucristo estaba tan realmente presente que lo sentía a mi lado […] Era abatido por un amor que es imposible de expresar […] Intenté hablar con los que entraban en la capilla, pero me di cuenta de que hablaba una lengua incomprensible […] Mas tarde en el mismo día, después de una charla sobre el tercer capítulo de los Hechos de los Apóstoles, volvimos a ponernos en oración, y una vez más tuve un nuevo encuentro con Dios […] Por mis propias fuerzas, lo sé, no lo habría logrado nunca» (Pag 39)

El contacto íntimo con Cristo fue el rasgo principal de esta experiencia pentecostal. Pero esto no terminó aquí. A la experiencia le acompañaron dones como la glosolalia, la profecía, discernimiento de espíritus, tal y como se describen en el Nuevo Testamento.

A este primer grupo se añadieron posteriormente más conocidos y familiares, repitiéndose el derramamiento del Espíritu Santo y sus dones.  Los encuentros se fueron repitiendo en otros lugares, donde ocurrían grandes conversiones y experiencias.

En unos años la Renovación se propagó como el fuego de paja entre los católicos de Estados Unidos y del Canadá, tanto en las universidades laicas como católicas, en Parroquias y comunidades religiosas. Por todas partes brotaban grupos de oración, algunos de pocos miembros y otros con centenares. Entre sus miembros se puede encontrar laicos, hombres y mujeres de todas edades, sacerdotes y religiosos. Sus reuniones son habitualmente semanales. En 1973 se calcula que había 1031 grupos católicos y otra gran cantidad de grupos interconfesionales. Al principio no había mucha organización, no obstante se estima que el número de participantes regulares en 1971 era de unos 20.000, en 1972 de 200.000 y en 1973 de 400.000. En este último año la Renovación Carismática Católica llegaba a 50 países.

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