LA IMPORANCIA DE LA ORACIÓN






        Cuando hablamos de oración, cada persona puede tener un concepto diferente de ella. Sea una cosa, o sea otra, ahora no vamos a analizar las diferentes posibilidades, estilos y errores. Pedimos al Espíritu Santo que nos guíe a todos hacia la oración que le agrada. Pero sí intentaremos descubrir hasta qué punto es importante la oración. 

        La oración, ¿es una sugerencia o un mandato?. A partir de la respuesta a esta pregunta podríamos responder la siguiente: ¿se trata de algo voluntario o de una obligación?. Intentaremos responder a la primera pregunta con la Palabra de Dios. No sé si algún lector se acordará de alguna cita bíblica donde diga: “Si algún día te apetece orar, así como por casualidad…” ¿Recuerdas algo parecido en la Biblia? Quizás no te viene ahora a la memoria, pero podemos intentarlo con otras palabras de Dios a ver si son más conocidas. En el Evangelio de Mateo encontramos: «Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora en secreto a tu Padre. Y tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu recompensa» Mt 6,6); «Velad y orad para no caer en tentación» (Mt 26,41). Y en Lucas leemos: «Jesús les contó una parábola para enseñarles que debían orar siempre y no desanimarse» (Lc 18,1). San Pablo también nos dice: «Sed constantes en la oración» (Rm 12,12; col 4,2); «orad continuamente» (1 Te 5,17). Podríamos seguir buscando referencias a la oración en la Biblia, pero con estas ya descubrimos algo muy importante. ¡Dios nos llama a la oración!, y cuando dice «orad» no lo hace como una sugerencia sino como un mandato. No encontraremos citas bíblicas que digan cosas como: cuando os apetezca orar…, si os va bien…, cuando tengáis un momento…

        Ya hemos descubierto (algunos ya lo debíais saber, y de los que lo sabéis no sé si todos lo practicáis) que Dios nos manda orar. Ahora bien, como en todos los mandamientos nosotros conservamos la libertad de obedecer o no. Por tanto podemos afirmar que la oración es una obligación voluntaria. Cuando tomemos la decisión sobre el hecho de hacer o no oración, no debemos olvidar quien nos está llamando. Se trata del Señor de señores, el Rey de reyes, Dios todopoderoso creador de cielos y Tierra. Ante Él nuestra respuesta solamente debería de ser una: obedecer. No se trata de una obediencia por miedo a represalias, sino por amor y confianza en que su mandato únicamente busca nuestro bien por encima de todo. No obstante, cabe recordar que cuando no obedecemos un mandato de Dios estamos pecando, y todo pecado tiene sus consecuencias. 

        En nuestra vida podemos optar una de estas dos opciones: orar o no orar. Según sea nuestra elección variará el camino tomado en el viaje de nuestra vida. Es decir, la oración nos llevará por el camino del sometimiento a Dios y a su voluntad, mientras que la otra opción opta por el camino de la autosuficiencia y rebeldía. Creo que el salmo 1, aunque puede aplicarse a otras cosas, puede darnos sabiduría respecto a la opción que tomemos:

«Feliz el hombre 
que no sigue el consejo de los malvados, 
ni va por el camino de los pecadores, 
ni hace causa común con los que se burlan de Dios, 
sino que pone su amor en la ley del Señor, 
y en ella medita noche y día. 
Es como un árbol 
plantado a la orilla de un río, 
que da su fruto a su tiempo 
y jamás se marchitan sus hojas. 
¡Todo lo que hace le sale bien! 
Con los malvados no pasa lo mismo, 
pues son como paja que se lleva el viento.
Por eso los malvados caerán bajo el juicio de Dios 
y no tendrán parte en la comunidad de los justos. 
El Señor cuida el camino de los justos, 
pero el camino de los malos lleva al desastre.» (Sal 1)



        Aunque la oración es un mandato divino, no debemos quedarnos sólo con esta perspectiva. Necesitamos darnos cuenta que se trata de un gran don que Dios ha puesto en manos de los hombres. Un don con infinito poder, porque Dios se ha comprometido a hacer lo que le pidamos con fe y en nombre de Jesús. Y es que la oración es una posibilidad inigualable, mediante la cual podemos cambiarlo todo: a nosotros mismos, hombres, cosas, necesidades, relaciones, etc… 

        Debido al alcance del infinito poder de la oración, a las bendiciones recibidas, y a sus maravillosas consecuencias temporales y eternas, Satanás hará todo lo posible para que dejemos de orar. Él sabe que no le somos peligrosos si trabajamos e inventamos mucho, incluso en la Iglesia, pero no oramos. Pero también sabe que invadimos su reino y saqueamos su botín cuando oramos mucho. Muchas veces cuando nos vemos involucrados en ocupaciones que demandan mucha dedicación y tiempo, podemos llegar a dejar la oración. Si esta situación se prolonga excesivamente en el tiempo nuestra vida espiritual se resentirá.

        Basilea schlink, en su libro, “El poder de la oración”, habla de un proverbio que se encontraba escrito en una granja de Baviera: «Afilar la guadaña no retrasa la siega. La oración no retrasa el trabajo». Ciertamente cuando se intenta segar un campo de hierba con una guadaña mal afilada, ésta se embota, corta mal y hasta puede no cortar, sino doblar las hierbas. Es decir, el trabajo se hace mucho más penoso y los resultados no son buenos. El cristiano también debe afilar bien sus herramientas antes de ponerse a trabajar, y esto lo consigue mediante la oración. De lo contrario, todo trabajo, sea en el hogar, profesional, en la educación de los hijos, en el Reino de Dios, etc., se realizará con una guadaña rota que se enganchará, se embotará, y hará destrozos. ¿O no nos sucede algo parecido cuando no estamos llenos del Espíritu Santo y tenemos un corazón embotado que rápidamente pierde la paz, la paciencia y la humildad?. Jesús sabe bien que si no oramos estamos perdidos y nuestras acciones no darán el fruto esperado. Por eso nos ha dicho: «Seguid unidos a mí como yo sigo unido a vosotros. Un sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no está unido a la vid. De igual manera, vosotros no podéis dar fruto si no permanecéis unidos a mí» (Jn 15,4). El fruto de nuestro trabajo depende de nuestra unión con Dios a través de la oración.

        Sólo la oración puede darnos la protección y ayuda necesaria para hacer las cosas bien, con orden y éxito, pues atraerá la bendición de Dios. Tal como sea nuestra vida de oración así será nuestro trabajo, así será el fruto de nuestra vida, nuestra cosecha, nuestras relaciones con los hermanos, nuestras victorias ante los problemas y ante las tentaciones, etc…

        Hemos sido llamados a presentarnos ante Dios Santo, y tener audiencia con el Rey de reyes y Señor de Señores. ¿Vamos a despreciarlo?. Si te sientes indigno de presentarte ante Dios no te dejes engañar por el Diablo y acude a la oración. Dios te está esperando. Ve a Él con un alma contrita y humillada, confiesa tus pecados, acepta su voluntad y entrégate sin reservas. Ante todo sinceridad. ¿Quién puede esconder algo a Dios? 

        Dios quiere hacer de nuestra vida una vida de oración y, con ello, una vida plena de poder y victoria.

Comentarios

Entradas populares de este blog

EL PROTAGONISMO DEL CRISTIANO

EL FUNDAMENTO DE LA INTERCESIÓN

1. ¿POR QUÉ Y PARA QUÉ HE SIDO CREADO?