EL OTRO PARÁCLITO
Cuando mencionamos la palabra
Paráclito acostumbramos a pensar en el Espíritu Santo. Y, ciertamente, no vamos
mal encaminados. La tradición cristiana nos ha enseñado que esta palabra,
utilizada por el evangelista Juan, evoca a la Tercera Persona de la Trinidad.
El Catecismo de la Iglesia
Católica dice: «Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo,
le llama el "Paráclito", literalmente "aquel que es llamado
junto a uno", advocatus» (CIC 692). Aquel que es “llamado al lado de” (gr.
parakletos) alguien para realizar una misión. El intento de desglosar esta
palabra con múltiples variantes para explicar la función del Espíritu Santo en
la Economía de la Salvación, es lo que encontramos en las diversas traducciones
bíblicas y comentarios relacionados. Quizás las palabras más familiares son,
Defensor y Consolador. Ahora bien, personas como san Jerónimo y los mismos
judíos no encontraron otro término que tradujera adecuadamente todos los
valores de la palabra griega, la cual engloba significados como: Defensor, el
que asiste, el que ayuda, el que da apoyo, Consolador, Auxiliador, Abogado,
Consejero, Mediador, el que exhorta… (cf. Yves M. , J. Congar, EL ESPÍRITU
SANTO, 1991 HERDER).
Dios ha querido enviarnos su Espíritu
para que, no sólo esté junto a nosotros sino, para que también habite en
nuestro interior. Y lo fundamental de todo esto es que Él está aquí para
defendernos, para consolarnos, para ayudarnos, etc… Y todo esto lo realiza
derramando sobre sus hijos dones y carismas, naturales y sobrenaturales, a
través de los cuales nos defiende, nos consuela, nos ayuda, etc… Cirilo de Jerusalén predicó: «Este es el buen
santificador, auxiliador y maestro de la Iglesia, el Espíritu Santo, el
Paráclito, del cual dijo el Salvador: “Él os enseñará todas las cosas y os lo
recordará todo» (Cirilo de Jerusalén, Cat. XVI, 14)
Vamos a analizar a continuación
cuatro pasajes bíblicos donde se habla explícitamente del Paráclito refiriéndose
al Espíritu Santo:
Jn 14,16-18: «yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que
esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no
puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque
mora con vosotros. No os dejaré huérfanos»
Jesús anuncia el envío de otro
Paráclito, esto es así porque él mismo es Paráclito del Padre. Es decir, Jesús primeramente
fue enviado por el Padre (cf. Jn 3,16) a poner su morada entre nosotros (cf. Jn
1,14), más una vez completada su misión en el mundo, pasa el relevo al Espíritu
Santo, quien no viene a inventar nada nuevo ni a instaurar una nueva economía
de la salvación, sino que viene a consolidar la Palabra de Dios ya enviada
mediante su santa y poderosa acción. Ciertamente, Jesús no nos deja huérfanos.
El sigue con nosotros hasta el final de los tiempos (cf. Mt 28,20) por medio de
su Espíritu. Ahora no podemos verle con los ojos de la carne pero sí con los
del espíritu.
Él está aquí, créelo y llegarás a
reconocer y sentir su presencia viva. Deséale, ámale, pídele que se haga
presente, que obre aquel milagro que necesitas y como nos dice Jesús: «Si,
pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto
más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» (Lc
11,13). El Señor desea llenarnos con su Espíritu, habitar en nosotros y entre
nosotros, pero para que esto sea posible es necesario que nosotros también
deseemos que venga, deseemos su presencia, su acción, su voluntad, etc... De
hecho es necesario que se una la fe con el deseo y entonces se abrirá la puerta
para que entre Dios. Quien desea algo de todo corazón lucha por ello con todas
sus fuerzas y con todos los medios a su alcance. ¿Deseas al Espíritu Santo o
quieres quedarte sin Él, como le pasa al mundo que ni le ve ni le conoce?
Jn 14,26: «Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará
en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho»
No son unas las enseñanzas de
Cristo y otras las del Espíritu Santo, sino las mismas. (cf. Cirilo de
Jerusalén, Cat. XVI, 14). Dios Espíritu nos recuerda y enseña todo lo que ha
querido revelar. No se trata de una comunicación de sabiduría intelectual,
aunque el intelecto es necesario. Sabemos que los Apóstoles no habían recibido
demasiada formación pero, con el Paráclito, podían proclamar con sabiduría y
valentía la Palabra de Dios. Por tanto, el Espíritu viene a enseñar, a corregir
e iluminar la mente como jamás ningún sabio humano podría imaginar. De la misma
manera como cuando uno está ciego y vive en la oscuridad, si es sanado, de
repente ve la luz y la vista del cuerpo es capaz de ver lo que antes no podía,
así aquel que recibe la gracia del Espíritu Santo se le ilumina el alma y ve
por encima de su capacidad humana (cf. Cirilo de Jerusalén, Cat. XVI, 16).
Por una parte, Jesús dice que su
Espíritu nos lo enseñará todo, lo cual incluye aquellas cosas que ya conocemos
de forma limitadamente intelectual pero que adquieren un nuevo significado
revelando verdades que no éramos capaces de descubrir y otras que se dan a
conocer superando cualquier capacidad humana; por otra parte el Espíritu Santo
no se cansa de recordarnos, una y otra vez, lo que Jesús ya nos ha dicho para
que la Palabra vaya calando cada vez más profundamente en nuestro corazón y
vayamos descubriendo novedades que nos habían pasado desapercibidas en otras
ocasiones, por falta de madurez, de interés, o por cualquier otro obstáculo
consciente o inconsciente.
La Palabra de Dios nos dice: «En
aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: Yo te bendigo, Padre, Señor del
cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes,
y se las has revelado a pequeños» (Mt 11,24). «¡Mirad, hermanos, quiénes habéis
sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni
muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para
confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir
lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es,
para reducir a la nada lo que es» (1Co 1,25-28)
Jn 15,26-27: «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al
Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de
mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el
principio.»
El Espíritu Santo no viene a
contar teorías ni a explicar teología sino a traer la verdad de Dios, la cual
se ha manifestado mediante hechos concretos testificados por el propio
Espíritu. Él hará que las enseñanzas de Jesús maduren en sus discípulos de
manera que no se trate sólo de un conocimiento intelectual sino que traerá
claridad y conocimiento espiritual de los misterios de Dios y de los
acontecimientos divinos en la historia de la humanidad a niveles imposibles
únicamente por medios humanos. No se trata de transmisión de conocimientos.
El Espíritu Santo otorga una
certeza segura de que su testimonio es Verdad. ¿En que se basa el testimonio
del Espíritu de Dios? Da testimonio de la resurrección de Cristo, de su
nacimiento, del cumplimiento de las promesas del Padre, de sus milagros pasados
y actuales, etc… Esto lo realiza de forma directa, hablando al corazón del
creyente, o a través de las predicaciones de los discípulos de Jesús, entre los
que estamos incluidos si permanecemos en él y somos fieles a su Palabra. De
hecho, las mejores predicaciones son aquellas que saben entrelazar la enseñanza
y el testimonio de las maravillosas obras de Dios por medio de su Espíritu.
La Biblia nos dice que Jesús es «el
Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 16,6). Cristo es la Verdad, y el Espíritu es
el Espíritu de la Verdad. Es decir, el Espíritu de Jesús, como también lo es del
Padre. Aquel que propaga y sella la Verdad en los corazones abiertos a su
acción.
Jn 16,7-11: «Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya;
porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo
enviaré: y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en
lo referente a la justicia y en lo referente al juicio; en lo referente al
pecado, porque no creen en mí; en lo referente a la justicia porque me voy al
Padre, y ya no me veréis; en lo referente al juicio, porque el Príncipe de este
mundo está juzgado.»
Examinaremos, a continuación, los
diversos temas de los cuales el Espíritu trae convencimiento:
- Convencerá al mundo en lo
referente al pecado…. porque no cree en mi.
La palabra griega utilizada para
decir que convencerá al mundo es “elegxei”, la cual tiene un doble significado:
condenar y convencer. No se trata de una condena definitiva. Se trata de tocar
el corazón de una persona para mostrar su culpabilidad y la correspondiente
condena. Pero al mismo tiempo muestra la solución y ofrece el convencimiento
necesario para creer en ella. Dios no trae luz al problema del pecado para sumergir
la humanidad en un sentimiento permanente de culpabilidad. Su deseo es
llevarnos a la conversión y a la paz que sólo Él puede dar. Por tanto, el Señor
muestra al mundo el problema y el destino del pecado, y a su vez enseña el
camino para vencer.
Convencer aquí no significa que
todos creerán porque serán convencidos mediante razonamientos, sino más bien se
trata de poner en evidencia irrefutable la situación pecadora del mundo.
Después cada uno es libre de dejarse, o no, convencer. Jesús nos dice: «Si no
creéis que Yo Soy moriréis en vuestros pecados» (Jn 8,24). Y el Espíritu Santo,
por medio de san Pablo señala: «si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y
crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo» (Rm
10,9)
- Convencerá al mundo en lo
referente a la justicia…. porque me voy al Padre.
Y ¿qué tiene que ver que Jesús
vaya al Padre con la justicia? Pues todo. Jesús es el único hombre justo. El
resto de la Humanidad recibe justificación porque Jesús murió y resucitó, pagando
el precio por todos los pecados. Cuando Cristo subió al Padre no lo hizo como
mero hecho de haber muerto. Jesús cumplió con la misión encomendada entregándose
hasta el extremo de forma voluntaria y volviendo al Padre con nuestros nombres,
para que, por la fe en Él, nos beneficiásemos de la justificación. Dejo a
continuación unos textos bíblicos para reflexión:
«así como por la desobediencia de
un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la
obediencia de uno solo todos serán constituidos justos» (Rm 5,19)
«¡Habéis sido bien comprados! No
os hagáis esclavos de los hombres» (1Co 7,23)
«creemos en Aquel que resucitó de
entre los muertos a Jesús Señor nuestro, quien fue entregado por nuestros
pecados, y fue resucitado para nuestra justificación» (Rm 4,24-25)
«¿Quién acusará a los elegidos de
Dios? Dios es quien justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que
murió; más aún el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, y que
intercede por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La
tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los
peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo
el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos
vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte
ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las
potestades 39.ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá
separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro» (Rm
8,33-39)
- Convencerá al mundo en lo
referente al juicio… porque el Príncipe de este mundo está juzgado.
Convencerá, pondrá en evidencia,
mostrará la condena, etc… Lo que está claro es que el Príncipe de este mundo
está juzgado y ha sido derrotado definitivamente. En Jn 12 también podemos
leer: «Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será
echado fuera» (Jn 12,31).
El Espíritu muestra al mundo que
existe un juicio por el cual el Príncipe de este mundo ha sido juzgado y
condenado. Jesús en la cruz destruye la autoridad y poder de Satanás, quien
utiliza al mundo con sus placeres, deseos de poder, riqueza y fama para atraer
y esclavizar al hombre, llevándole a la destrucción.
La cruz proporciona victoria al
hombre, quien, en virtud de la misma y por el Espíritu Santo, obtiene el poder
y la fuerza necesarios para vencer el pecado, romper sus hábitos y ataduras, y para
evitar que Satanás dañe o destruya su cuerpo. Pero la victoria no se limita a
temas de la vida perecedera porque «si el Espíritu de Aquel que resucitó a
Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de
entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su
Espíritu que habita en vosotros» (Rm 8,11). El Diablo ya no tiene poder para
mantenernos en el pecado y la condenación, pues el poder del Espíritu de Dios
está por encima del poder del pecado, de la muerte y de cualquier condenación.
Jn 16,13-15: «Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará
hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo
que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. El me dará gloria, porque recibirá
de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por
eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros»
El Espíritu quiere guiarnos a la
verdad completa. Desea elevarnos a la dimensión espiritual, de manera que todo
lo material esté sometido a la Verdad espiritual de Dios. De todas las cosas
que el evangelista Juan escribe, creo que es importante fijarnos en la
intención divina de conducirnos hacia la verdad completa. Se trata de vivir en
la dimensión del Espíritu y no de la carne; de ver y entender las cosas de
forma espiritual. No se trata de un conocimiento limitadamente intelectual,
como ya se ha mencionado antes. Se trata
de realidades y verdades espirituales inaccesibles para el mundo material,
aunque sin saberlo esté influenciado por ellas, ya sea para mayor gloria de
Dios o para todo lo contrario.
Lo cierto es que únicamente
mediante la fe y por la gracia de Dios, el Espíritu Santo puede llevarnos al
conocimiento de la Verdad y a ser transformados por ella. Debemos buscar las
cosas del reino de Jesucristo (cf. Col 3,1) anhelando y deseando de corazón que su Espíritu dirija nuestro
existir con un continuo crecimiento en el conocimiento de su verdad, así como
con su constante puesta en práctica viviendo las bendiciones, los dones y los
carismas del Espíritu, sin obstaculizarlos. «Porque nuestra lucha no es contra
la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades,
contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal
que están en las alturas» (Efesios 6, 12).
Por último, podemos unirnos a la
oración de San Pablo: «que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para
que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos
cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor
de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la
total Plenitud de Dios» (Ef 3,16-19)
Comentarios
Publicar un comentario