¿QUIÉN ES MÁS PODEROSOS, DIOS O EL MUNDO?


 

 

¿Quién gobierna hoy en nuestras ciudades, naciones o el mundo entero? ¿Quién tiene más poder? ¿Por qué si decimos que existe un Dios todopoderoso hay otras fuerzas ajenas que parecen dominar y vencer? ¿Acaso Dios no es tan poderoso como nos enseñan?. Estas posibles dudas, que pueden alcanzar a cualquiera, habitualmente concluyen con el conocido y poco original argumento: ¡Si Dios existiera tales cosas no sucederían!. 

Ciertamente, también los cristianos, podemos preguntarnos sobre el por qué de muchos tristes acontecimientos mundiales, sociales, incluso personales; y cómo es posible que nuestro Dios de amor, de quien decimos que todo lo puede, lo permita. Recordemos las guerras, el hambre, la esclavitud, las dictaduras, las mafias, la explotación infantil, enfermedades, defunciones prematuras y todo lo que se pueda añadir, incluso extremos de maldad que ni podemos imaginar. ¿Qué está sucediendo? ¿Dónde está el Señor? Seguramente, los que se atreven a ofrecer alguna explicación la sustentan en la supuesta capacidad de libre elección del individuo. Digo supuesta porque uno es libre hasta que se deja esclavizar, y en esta última instancia las acciones ya vienen condicionadas. En todo caso, y dejando el tema de la libertad para otra ocasión, podríamos decir que si  el amor tuviera un punto débil, este sería la libertad que concede.

Dios, amor absoluto que sobrepasa infinitamente nuestra capacidad de conocimiento, se ha hecho vulnerable al amarnos exponiéndose a nuestra libertad, soportando traiciones y cargando con nuestras dolencias y pecados. Actuó así «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). ¿y cómo se lo hemos agradecido? ¡Crucificándole!. Es así como, en aquellos tiempos, muchos creyeron haber acabado definitivamente con Jesús. De igual modo, otros muchos han intentado acabar con su Nombre y sus seguidores a lo largo de los siglos, más no lo han conseguido nunca. Como dijo Pio VI a Napoleón, cuando este anunció que acabaría con la Iglesia: «Lo hemos intentado nosotros desde adentro, y no hemos podido conseguirlo». ¡Todos contra Dios! ¿Y no pueden eliminarle? ¡igual sí es cierto que los cristianos estamos unidos al más fuerte! Pues, como dice la Palabra de Dios, «el que está en vosotros es más poderoso que el que está en el mundo» (1 Jn 4,4).

Enemigos de Jesús, Hijo de Dios, no han faltado nunca, ni faltan, ni faltarán. Cuando murió crucificado, seguramente muchos pensaron haber acabado con lo que para ellos suponía un problema. Desde una perspectiva humana, aquel proyecto no podía prosperar. Su Líder había sido eliminado, los discípulos más allegados eran pocos y cobardes (cf. Jn 6,66-68), atemorizados (cf. Jn 20,19), sin influencias políticas ni religiosas. Además, los perseguidores gozaban de un cierto respaldo social (cf. Jn 18,16-18; Mc 14,43).  ¿Por qué temer a unos pocos lunáticos iletrados cuando lo tenían todo en contra?. Seguramente esto mismo pensarán algunos contemporáneos nuestros cuando ven iglesias vacías o pequeñas familias orando en sus casas a causa de la persecución intra o extra eclesial. Nuevamente, ante la realidad actual podemos volver a preguntarnos ¿estarán los enemigos ganando la batalla esta vez?

En ocasiones, podemos experimentar cierto desánimo al observar como las fuerzas del mal avanzan conquistando más y más territorios, mientras nos sentimos cercados y ninguneados.  Pero esto tampoco es nuevo, pues es preciso recordar que el cristianismo no emergió con facilidades. Nació en una sociedad totalitaria y evolucionada. Por un lado fue cercada con el poder militar más poderoso que existía, el poder de Roma. desde otro lado, por el intelectualismo griego, el cual no son simples elucubraciones filosóficas, sino todo un principado diabólico (cf. Dn 10,20). Finalmente, sufrían un bloqueo total por parte de autoridades religiosas.  ¡No lo tenían más fácil que nosotros!. Ellos no tenían facilidades ni nosotros las tendremos si queremos ser verdaderos seguidores de Jesucristo. ¡La lucha continúa!

Aquellos hombres acongojados, acorralados y ocultados en estancias privadas, de repente fueron capaces de revolucionar el mundo entero. Ellos no tenían capacidades intelectuales sobresalientes, no tenían apoyo financiero, ni posición social. Aquellos discípulos de Jesús eran los hombres más despreciados de Jerusalén y alrededores, aun así, llegado el momento, pusieron el mundo “patas arriba”. Un poder superior transformó sus vidas y desterró todo temor (cf. He 2). Aquella poderosa unción fue capaz de convertir a 3000 personas en la primera predicación de un hombre inexperto, sin títulos, sin prestigio… ¡Que bendición sería actualmente si en 3000 predicaciones se convirtiera alguna persona! No es un problema de falta de medios técnicos, planificaciones, locales o palabrería, lo cual sobra. Bien lo sabía San Pablo cuando dijo: «os fue predicado nuestro Evangelio no sólo con palabras sino también con poder y con el Espíritu Santo, con plena persuasión» (1Te 1,5); «mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios » (1Co 2,4). No hace falta ser ninguna eminencia para entender que para vencer una fuerza se necesita otra más poderosa y nosotros contamos con el Espíritu Santo, al igual que nuestros antecesores.

Muchas veces la Verdad sufre el intento de veto de los poderes contrarios, pero esto no impide la consolidación, ni el avance del Reino de Dios. De hecho la Cruz, considerada como escándalo o locura (cf. 1Co 1,23) lleva implícita una verdad victoriosa extremadamente molesta para muchos cuyos esfuerzos para acabar con ella no cesan, sin llegar nunca a conseguirlo de forma definitiva. Para los cristianos, la muerte de Jesús no representa un fracaso porque no fue una vida robada, sino entregada (cf. Jn 10,18). Cristo podría haberse liberado (cf. Jn 18,36) pero «se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese  que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre» (Fp 2,6-11).

Volviendo a la pregunta inicial, ¿por qué hay poderes que parecen dominar sobre el divino? Los enemigos de Dios siguen dañando al hombre y, ciertamente, hasta que no llegue la Parusía, tales enemigos seguirán haciendo de las suyas, la naturaleza continuará sufriendo el desequilibrio del pecado y todos deberemos cargar con alguna cruz y soportar algún que otro, mayor o menor, padecimiento. ¡Bendito privilegio! ¡llevar la cruz a semejanza de nuestro señor Jesucristo!. Esta, al contrario de las apariencias mundanas, será la clave de muchos triunfos. Así como Él venció con Cruz, nosotros, que no somos más que nuestro Señor (cf. Jn 15,20), también venceremos con nuestras cruces. Nuestro sufrimiento no será en vano y nunca deberá ser considerado como una derrota del poder de Dios. En todo caso, o bien, Él lo permite por algún motivo, o no se dan las circunstancias necesarias para que el afectado obtenga la liberación de algún tormento por alguna situación o contexto del presente o del pasado.

A veces, cuando una persona nace de nuevo, a través del bautismo y/o la efusión de Espíritu tiene la sensación de que puede con todo. El maravilloso Espíritu Santo concede la gracia de sentirse intocable, y de hecho lo somos si permanecemos en Él, pero no nos convertimos en súper héroes con súper poderes, sino en hijos de Dios, protegidos y, a la vez, utilizados por y para Él, siempre respetando nuestra libertad. ¿Esto significa que no nos podrán hacer daño? Nos pasará como al Maestro; mientras no llegó su hora nadie pudo tocarle (cf. Jn 10,38-39), más llegado el momento, cargó con la cruz y entregó su vida.

El Reino de Dios no termina en el triunfo obtenido por la muerte y resurrección de Jesús. La historia de la humanidad continúa y es preciso perseverar y mantener la victoria. Para ello el Señor nos ha dejado su Espíritu, por el cual, y a través de sus discípulos, sigue realizando signos y señales genuinos de su reino: «Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien» (Mc 16,15). El Señor de señores, el Soberano de todo lo visible y lo invisible, el omnipotente, el único Dios verdadero (Padre-Hijo-Espíritu) habita en y entre nosotros, y cuando es necesario, según su sabiduría, y le dejamos, realiza poderosas e insuperables maravillas, derrotando cualquier poder opuesto que se atreva a confrontarle. Por eso, en nuestros días todo cristiano, no sólo ha de saber, sino también conocer, vivir y proclamar que «los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva» (LC 7,22). Las dificultades u opresiones, independientemente de su procedencia, aunque parezcan insuperables, nunca podrán sofocar la Verdad de quien tiene todo poder sobre el Cielo y la Tierra (cf. Mt 28,18).

Ya lo sabemos, y lo habremos oído muchas veces, que las apariencias engañan. Esto también es aplicable a la soberanía y poderes en este mundo donde los más ruidosos parecen ser dueños de muchas situaciones actuales. Algo semejante nos muestra la experiencia del profeta Elías cuando, lleno de temor, se ocultó en una cueva (cf. 1 Re 19,9-18). Estando allí, Dios le dijo que iba a hacerse presente, entonces pasó un poderoso viento destrozando montes y quebrando peñas, también sucedió un terremoto e incluso un fuego espectacular. Todo eran grandes manifestaciones de poder, pero Dios no estaba en ninguna de ellas. Fue con el susurro de una brisa apacible que Dios se hizo presente. No nos dejemos engañar por las falsas apariencias de los enemigos del Señor todopoderoso cuando se dedican a hacer mucho ruido y espectáculo para confundir a unos y atemorizar a otros. Todo lo que hagan no son más que acciones temporales sin capacidad para vencer al que posee todo poder sobre cielos y tierra, “el único Soberano, el Rey de reyes, y el Señor de señores” (1Tm 6,15),  es decir, Cristo Jesús . Para finalizar, podemos unirnos al salmista clamando: «¡Levántate, Señor, lleno de fuerza, cantaremos, celebraremos tu poder!» (Sal 21,14), nosotros que sabemos en quien hemos creído (cf. 2Tm 1,12).



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