EL ESPÍRITU SANTO ORDENA EL CAOS

 



La hermosura de Dios, coronada por la santidad, nos cautiva por su perfección en todo lo que Él es. No hay nada que en Dios no sea perfecto. Así mismo, desde la perfección de su amor desea conducirnos hacia el gozo de vivir en su plenitud. Por este motivo, entre otras cosas, nos exhorta: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» (Mt 5,48). ¿Cómo alcanzar este propósito en el desconcierto de nuestras vidas?

A lo largo de la economía de la salvación y por la Palabra de Dios hemos recibido unos preceptos cuya misión consiste en orientarnos por el camino a la perfección. Aquella Ley Santa (cf. Rm 7,12) y buena (cf. 1Tm 1,8) que nos sirve de referencia fiable para ser capaces de identificar lo justo, santo y bueno (cf. Rm 7,12), y así poderlo aplicar a nuestras vidas obteniendo bendición (cf. St 1,22-25), tan sólo era «una sombra de los bienes futuros» (Heb 10,1). De hecho, por medio de la Ley buena se descubrió tanto la existencia y gravedad del pecado cuyo destino es la muerte, como la incapacidad del hombre terrenal, «vendido como esclavo al pecado» (Rm 7,14), para alcanzar metas espirituales por sí mismo.

Descubrir la propia incompetencia e ineptitud para lograr la perfección, lejos de considerarlo como un fracaso constante, puede convertirse en ocasión para levantarnos de la ciénaga bochornosa y abandonarnos en manos de «aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar» (Ef 3,20).  Desde nuestra debilidad es posible glorificar a Dios si le entregamos nuestras flaquezas y dejamos que Cristo nos sostenga con la fuerza de su Espíritu (cf. He 1,8). De esta manera, sabemos y proclamamos que, lejos de conseguir la victoria por nuestras fuerzas, seremos libres «porque la ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús» (Rm 8,2) nos habrá liberado  «de la ley del pecado y de la muerte» (Rm 8,2). Razón por la que damos gloria a Dios llenos de una alegría y paz que nos causa un rebose de esperanza gracias a la fuerza de su Espíritu Santo (cf. Rm 15,13).

Avanzar en la perfección deseada únicamente es posible cuando dejamos al Espíritu Santo realizar su obra en nuestra desordenada vida. Su especialidad es ordenar el caos e inaugurar nuevos tiempos de gracia. ¡Qué hermoso es vivir esto!

Ya desde el inicio de la Creación, cuando todo era caos, confusión y oscuridad, vino el Espíritu de Dios cubriendo las aguas con su aleteo y, empezando por la luz (cf. Gn 1,1-3), ordenó y dio sentido a la materia. Pero esto no finalizó aquí.  Más adelante, el hombre y la mujer, aún habiendo recibido la vida por el mismo Espíritu (cf. Gn 2,7), habiendo pecado contra Dios iniciaron un nuevo y largo periodo de caos y desorden.

Por la gracia y misericordia de Dios su Espíritu volvió a aparecer. Esta vez no voló sobre el cosmos, sino que su aleteo cubrió a la más bella de las criaturas: María. La nueva luz, triunfante para siempre, brilló cuando la Palabra se hizo carne (cf. Jn 1).  De esta manera se emprendió el inigualable proceso de salvación y re-creación dando un nuevo sentido a la vida de las personas.

Pero no se lo pusimos fácil. Sus planes eternos contaban con la colaboración de nuestra condición humana, marcada por su flaqueza y debilidad. Aún habiendo recibido la promesa de la venida del Espíritu Santo, habiendo vivido la grandeza del poder de Dios y siendo testimonios de la resurrección de Jesús, unos acongojados discípulos aguardaban desconcertados y escondidos, sin saber qué hacer ni dónde ir. Todo volvía a ser caótico. Y cómo no, el Espíritu Santo aleteó nuevamente. El día de Pentecostés, estando los discípulos reunidos, el Espíritu llenó toda la estancia. Su presencia que todo lo cubría y penetraba suscitó la luz en cada uno de los que allí estaban, manifestándose como una lengua de fuego (cf. He 2). Su Iglesia había nacido.

¡Qué bueno es el Espíritu Santo! Siempre viene cuando todo parece perdido. Si tu vida es un caos y no encuentras salida, bienvenido seas al club de la flaqueza. No demos cabida a la desesperación. En Dios tenemos nuestra esperanza «porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5,5). Deja que aletee sobre ti y convierta las tinieblas de tu caos en luz inextinguible y nueva vida en Cristo Jesús.

A nivel personal podemos recibir esta gracia si buscamos y deseamos el bautismo en el Espíritu Santo prometido (cf. Mt 3,11), Él nos conducirá por el camino de perfección salvándonos, «no por obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino según su misericordia, por medio del baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo» (Tt 3,5). El mismo Dios que dijo: la luz brille en las tinieblas, es quien ahora resplandece en nuestros corazones (cf. 2Co 4,6). Llegados a este punto estaremos en condiciones de recibir los dones, carismas y frutos del Espíritu Santo.

A Él sea la Gloria.

 

 

Un esquema del proceso expuesto puede ser:

 

 

CAOS

ESPIRITU SANTO

LUZ

RESULTADOS

1

En el Cosmos

En las tinieblas

Cósmica

La Creación

2

En la Humanidad

En María

Palabra

La Salvación

3

En los discípulos

En los discípulos

Fuego

La Iglesia

4

En el individuo

En la persona

Interior

La misión


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