¿QUÉ BUSCÁIS?





La magnitud de una vida llena de necesidades nos conduce hacia búsquedas sin cesar por diversas realidades, desde el mismo instante en que nacemos. Desde lo material, pasando por lo emocional o sentimental, hasta lo espiritual, existe un mundo de posibilidades cuya acertada elección es fundamental para el correcto desarrollo del individuo como persona física y espiritual.

Nuestra vida debería evolucionar correctamente en todos los sentidos y durante todas sus etapas. En nuestros primeros años las necesidades y dependencias terrenales adquieren una proporción importante. Nuestra búsqueda, y la de nuestros padres, consiste en aportar alimento para el cuerpo y conocimiento intelectual. Todos desean que sus hijos sean fuertes, sanos y tengan los recursos necesarios para sobrevivir, sino triunfar, en el mundo. A todo esto, cuando los progenitores son cristianos, también se aporta una iniciación a la vida espiritual cuya intención es proporcionar herramientas para saber elegir el camino correcto en la búsqueda de la verdad.

No existe nadie que no busque algo que dé sentido a su vida o, al menos, que la llene aunque sea vulgarmente. Así mismo, aquello que buscamos revela nuestras prioridades, y estas a su vez, ponen de manifiesto nuestras pobrezas, necesidades, dependencias, insuficiencias, etc. O bien, si son nobles búsquedas, revelan la grandeza de una vida que ha sabido escoger el único tesoro que vale la pena perseguir, supeditando todo lo demás.

Cuando Juan el bautista estaba en la plenitud de su misión, viendo aparecer a Jesús, dijo: «He ahí el Cordero de Dios» (Jn 1,36). Y sin pretender retener para sí ningún privilegio ni protagonismo, siendo consciente de su misión precursora, promovió que sus discípulos fueran detrás del Cristo. «Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: ¿Qué buscáis?» (Jn 1,38). Si nos imaginamos la escena, aquellos dos discípulos de Juan seguían de cerca a Jesús, quien, probablemente con un tono algo desafiante, se dirigió a ellos para realizar la pregunta. A Dios no se le puede engañar, así que la respuesta debía de ser sincera para no fracasar.

Muchos, presumiendo ser sabios, han ahogado la verdad eligiendo falsos caminos cuyo destino pasa por toda clase de idolatrías, maldades y actos infames (cf. Rm 1). Ciertamente, estos no sólo buscan en fuentes erróneas sino que, además, parecen regocijarse en el lodo putrefacto su camino, lleno de impiedad, injusticia y todo acto oscuro anti natural.

Dejemos a los muertos enterrar sus muertos (cf. Mt 8,22) y pensemos cual sería nuestra respuesta si Jesús mismo, como sucedió con aquellos primeros discípulos, mirándonos a los ojos nos preguntara ¿qué buscáis?. Analicemos posibles respuestas o reacciones válidas para todos los tiempos:

1.       Vacilación.

A la pregunta ¿qué buscáis?, no sería descabellado una respuesta tipo: “No sé…”. También muchas personas hoy en día oyen hablar de Jesús y tantean acercarse a Él a través de una iglesia o grupo cristiano con inseguridad, sin tener claro qué o a quién están buscando. ¡Bendita inseguridad si provoca un encuentro con la Palabra de Dios y, en consecuencia, una fe certera!. El problema surge cuando la incertidumbre perdura en el tiempo sin saber reconocer el Camino. La duda o se resuelve o nos disuelve.

Si preguntáramos, ¿quién dices que es Jesús? (cf. Mt 8,29), encontraríamos respuestas sorprendentes entre los llamados cristianos. De hecho, un peligroso relativismo y sincretismo amenaza la mente de algunos. ¿Diría Jesús a estos, «venid y lo veréis» (Jn 1,39) o más bien «por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca» (AP 3,16)?.  La respuesta podemos encontrarla en el libro de la Sabiduría, donde leemos que Dios «se manifiesta a los que no desconfían de él» (Sb 1,2). Y como seguramente habremos oído, «sin fe es imposible agradarle, pues el que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan» (Heb 11,6). ¡Cuántos estarán creyendo que son seguidores de Jesús pero, por su permanente vacilación y confusión, viven privados de una verdadera experiencia de la vida en Cristo!.

Jesús no es uno más, sino sólo Él es el Único. No es uno de los caminos, sino el Camino. No es una perspectiva de la verdad, sino la Verdad. Y así podríamos seguir con otros títulos propios e intransferibles revelados en las Sagradas Escrituras. Relativizar es vacilar.

2.       Dependencia material o psicológica.

Dijo Jesús: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado.» (Jn 6,26).

Dentro del equilibrio físico-psíquico-espiritual lo ideal sería que todo estuviera supeditado a la ley del Espíritu (cf . Rm 8,2). No obstante, muchos somos conocedores de otras indeseables realidades dentro de las iglesias llenas de rivalidades, envidias, murmuraciones…  Algunas veces sufridas en carne propia. Ciertamente, como siempre, quien esté libre de culpa que tire la primera piedra (cf. Jn 8,7).

Considero este como un punto clave en respuesta al ¿Qué buscáis?. ¿Qué pueden estar buscando los cristianos de forma desordenada en su encuentro con Cristo a través de las iglesias?:

2.1.  Beneficios materiales. El perpetuo dilema con las riquezas parece no acabar nunca. Seguramente serán conocidas las palabras de Jesús: «No podéis servir a Dios y al Dinero» (Mt 6,24). Siguiendo esta máxima, analizaremos la calidad de un cristiano no por dónde está su persona (iglesia, grupo, etc.), sino por dónde ha puesto su corazón (cf. Lc 12,34). Normalmente, el problema del apego a riquezas resulta más escandaloso cuando se visibiliza en un líder. No obstante, todos debemos examinarnos y estar alerta. Entre cristianos no debería existir negocio alguno. Este es un tema muy, muy delicado, capaz de bloquear la unción de Dios, como también de causar el alejamiento de ovejas dañadas por culpa de la idolátrica avaricia de algunos.

2.2.  Autorrealización y protagonismo. No siempre se buscan beneficios materiales. A veces, también existe el deseo desordenado de ser visto, escuchado, valorado, etc… Un sinfín de dependencias inmateriales alimentadas por el ego, la vanagloria, el amor propio y cualquier sinónimo amparado bajo el paraguas de la soberbia. «el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo" (Mt 20,26-27), dice nuestro Maestro Jesús. La innata concupiscencia estimulada por el enemigo y sus aliados pueden influir en nuestro hombre viejo, latente o activo, para empujarnos hacia la búsqueda, más o menos consciente, de un enfermizo protagonismo. Recordemos que «el más pequeño entre vosotros, ése es mayor» (Lc 9,48).

3.       Intrusismo destructor.

A algunos si les preguntaran, ¿qué buscáis?, serían descubiertos en su maléfica intención. Relacionado con esto, es preciso pedir el discernimiento de espíritus en las iglesias, grupos o comunidades cristianas. Puesto que el diablo enviará a sus siervos para introducirse en ambientes cristianos e intentará llegar a puestos relevantes para hacer fracasar todo lo que esté a su alcance, debemos estar siempre alerta, atentos al Espíritu de Dios, para desenmascarar todo instrumento del diablo. En las ocasiones más agresivas, se trata realmente de enviados con plena consciencia de su misión destructora, mientras que en la mayoría de los casos son utilizadas personas inmaduras, heridas o con algún aspecto de su vida desordenado, las cuales, sin ser plenamente conscientes del daño producido por sus acciones, están siendo utilizadas por el enemigo.

4.       La verdad y una nueva vida.

«Como jadea la cierva, tras las corrientes de agua, así jadea mi alma, en pos de ti, mi Dios» (Sal 42,2). En este salmo encontramos la esencia de nuestra búsqueda sin cesar, también expresada en las palabras tan conocidas de san Agustín: «Nos has hecho para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no repose en Ti».

Aquellos discípulos de Juan tenían un corazón inquieto que les empujaba hacia una sincera búsqueda sin cesar de la Verdad. ¡Y la encontraron!. En esta coyuntura, además, hallaron una nueva vida que jamás podrían haber imaginado y, aun así, solamente se trataba de las primicias de lo que ha de venir (cf. Rm 8,23).

Jesús empieza su vida pública preguntando, ¿qué buscáis?, Y finaliza preguntando a María Magdalena, ¿qué buscas? (cf. Jn 20,15). Ya sea al principio de nuestra vida, durante la misma, o al final, sólo hay una respuesta válida. Cualquier otra vía justificaría que nos preguntaran «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?» (Lc 24,5). Los discípulos de Juan, María Magdalena y muchos santos conocidos y desconocidos, supieron contestar adecuadamente de palabra y de corazón.

Por último, considero importante resaltar el concepto de la pregunta. Jesús no dice, a quién buscáis, sino, qué buscáis. Este “qué” abarca tanto el sujeto de la búsqueda como el objeto, es decir, la intención de la misma. El “quién” sólo el sujeto. Cuando Judas, junto con los guardias, sacerdotes y fariseos, fue al encuentro de Jesús en el huerto de Getsemaní, no se encontró con la pregunta, ¿qué buscáis?, sino ¿a quién buscáis? (cf. Jn 18,4). El objeto era de sobras conocido: la traición.

La pura intencionalidad, sinceridad, honestidad e integridad, constituyen valores fundamentales para saber responder adecuadamente. No es preciso saberlo todo ni hacerlo todo bien, sino tener una actitud de corazón que agrade a Dios (cf. He 13,22).

Unos encuentran y otros no. Así sucedió los días del nacimiento de Jesús. Aquellos que anhelaban saciar su necesidad interior de encontrar donde reside la verdad para glorificarla, servirla y postrarse ante ella, ya fueran humildes pastores o sabios de oriente (cf. Lc 2; Mt 2), encontraron a quien es la Verdad, el Camino y la Vida (cf. Jn 14,6). Por otro lado, los que buscaban al niño con intenciones equivocadas se quedaron sin respuesta, como le sucedió a Herodes (cf. Mt 2.3-12).

 

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