TEMPLOS DEL ESPÍITU SANTO
San Pablo nos muestra, en el
comienzo de su carta a los Romanos, la existencia de una relación con Dios a nivel espiritual cuando
escribe: «Dios a quien venero en mi espíritu predicando el evangelio» (Rm 1,9). No se trata de una
realidad exclusiva en él, sino
extensible a todo cristiano, como podemos entender de otro texto: «Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros » (Rm 8,9). Por tanto, somos un habitáculo sagrado.
Se trata del mismo Espíritu Santo que ha querido unirse a
nuestro espíritu como prueba de que hemos
sido adoptados, convirtiéndonos
en hijos de Dios (cf. Rm 8,16). Desde esta posición
privilegiada, recibida por gracia, obtenemos infinidad de beneficios espirituales,
como que «el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo que nos ha sido dado» (Rm
5,5). Con toda su grandeza, obsequios, bendiciones, ayudas y su presencia
ininterrumpida, el Espíritu de
Dios se manifiesta como primicias de lo que ha de venir, mientras el alma,
conquistada por el infinito Amor, anhela el rescate de su cuerpo para poder
alcanzar el gozo eterno.
Mientras vivamos en el mundo
temporal y físico no podemos obviar la
necesidad de contar con un espacio, o lugar para que pueda producirse un
encuentro entre dos personas. Por este motivo, llevando este concepto a nivel
espiritual, la historia de Israel se ve marcada por la sucesión de una serie de lugares de culto a
Dios (Él no lo necesita (1Re 8,27)
pero nosotros sí). En su etapa más primitiva se construían altares improvisados; con Moisés apareció la Tienda del Encuentro; Salomón materializó el sueño de David con la construcción del primer templo; Tras la
destrucción del primero, Zorobabel y Josadaq,
con el resto de sus hermanos, los sacerdotes, los levitas y todos los que habían vuelto del destierro a Jerusalén, comenzaron la construcción el segundo templo (cf. Esd 3,8)
siguiendo la visión del profeta Ezequiel (cf.
Ez 40).
¿Cuándo llegará el tercer templo?. Algunos Israelitas creen que se
construirá en algún momento de la historia, seguramente
en los últimos tiempos. Nosotros, los
cristianos, podemos responder con las palabras de Pablo: «¿No sabéis que
sois santuario de Dios y que el Espíritu de
Dios habita en vosotros? […] porque
el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario» (1 Co 3,16). Así como «la
presencia gloriosa de Dios llenaba el santuario» (Ez
43,5b) de piedra, ahora, gracias al Espíritu
Santo, aquella gloriosa presencia reside en nosotros, templos de carne. ¿Somos conscientes de esto? ¿Nos damos cuenta de tal similitud?
Ahora el Espíritu habita en templos vivos obtenidos
de un polvo inerte (cf. Gn 2,7) transformado. Hemos pasado de ser piedras
muertas a ser piedras vivas (cf. 1 Pe 2,5), «linaje
elegido, sacerdocio real, nación
santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado
de las tinieblas a su admirable luz» (1 Pe
2,9). ¡Maravillosa Palabra de Dios!.
Asumiendo nuestra condición de templos, podemos encontrar una
cierta analogía con los templos de piedra
judíos. En primer lugar, se trata de
lugares destinados al culto, al sacrificio y al diálogo. ¿Acaso
no es lo que obramos con nuestro ser?. Y, aunque existen diversas estancias o
dimensiones, cada una de ella es usada para una forma de participación, expresión y comunicación
concreta, que a su vez influye, en mayor o menor medida, en todas las partes.
Cuando hablamos de templos de
piedra observamos tres partes: la externa (edificio), la interior (el atrio, el
lugar santo) y la íntima o sagrada (lugar santísimo). Esta distribución se mantiene en las personas, según la enseñanza de san Pablo: «Que El,
el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se
conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor
Jesucristo» (1 Te 5,23). En algunas teorías de antropología sólo se
distingue entre cuerpo y alma, pero San Pablo nos resuelve la duda diciendo: «Ciertamente, es viva la Palabra de
Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna
de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu» (He 4,12).
Así como en
los templos de Israel todo se realizaba según
instrucciones divinas y buscando agradar a Dios, en todo bautizado, hogar del
Espíritu Santo, todo debería realizarse para buscar la Gloria de
Dios, desde el cuerpo, el alma o el espíritu:
-
El cuerpo
San Pablo,
refiriéndose a las cosas externas
perceptibles para el cuerpo, dice a los romanos: «lo
invisible de Dios, desde la creación del
mundo, se deja ver a la inteligencia a través de
sus obras» (Rm 1,20). Así pues, mediante nuestra parte externa
y material podemos reconocer la presencia de Dios que nos habla por las cosas
visibles. También, gracias al cuerpo podemos
realizar gestos de culto, como el hecho de arrodillarse, alzar las manos,
aplaudir, usar la voz para cantar o predicar, participar en la comunión eucarística,
etc… El cuerpo, aún con toda su flaqueza, no es un obstáculo sino un medio imprescindible
para expresar y compartir la vida en el Espíritu.
-
El alma
Más allá de lo
visible encontramos una primera estancia interna, que podríamos asemejar al lugar santo. Para
nosotros se trataría del alma. Lugar del
entendimiento; lugar de emociones y sentimientos; lugar de la voluntad; lugar
de transformación. Es aquí donde el Espíritu Santo tiene mayor trabajo con nosotros. Cuando oramos
movidos por el corazón y el
intelecto se nos llama a orar «en toda
ocasión en el Espíritu» (Ef
6,18) dando culto según el
Espíritu de Dios (cf. Fl 3,3). «llenaos más bien del Espíritu.
Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos
inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor» (Ef
5,18-19).
Cuando debemos
tomar alguna decisión el Espíritu, nuevamente, debe tomar el
protagonismo que le corresponde guiando nuestra voluntad, como sucedió con Felipe (cf. He 8,9) y Pablo
quienes tomaba las decisiones adecuadas tal como reflejan los Hechos de los Apóstoles y sus cartas.
Observamos
como los personajes bíblicos
han vivido en comunión con
el Espíritu Santo hasta el punto de
poder oír la voz de Dios, ser capaces
de ofrecer un culto de alabanza, adoración y
sacrificio (todo lo que se realizaba en el lugar santo), agradable a Dios y de
tomar decisiones a partir de un gozoso dialogo con el Señor Todopoderoso. Para poder avanzar en este sentido es
preciso seguir la instrucción de
Dios, por las palabras de Pablo: «no os
acomodéis al mundo presente, antes
bien transformaos mediante la renovación de
vuestra mente, de forma que podáis
distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo
bueno, lo agradable, lo perfecto» (Rm
12,2). ¿Y como se realiza esto? «Fortalecidos
por la acción de su Espíritu en el hombre interior» (Ef 3,16), es decir, en nuestro
lugar santo o alma
-
El espíritu
¿Todo se acaba aquí?. Ciertamente, no. Hemos hablado de “basar” o
carne, de “nefes” o alma. Nos falta una dimensión con un nombre quizás
conocido: “ruah” o espíritu.
Constatamos que cuando se menciona alma, corazón o
entendimiento, se relaciona con las emociones, sentimientos, intelecto y
voluntad, todo ello en un ámbito
donde nos acostumbramos a tomar la libertad de llevar una cierta iniciativa.
Pero cuando profundizamos en el espíritu
podríamos compáralo al lugar Santísimo de los antiguos templos. Aquí se produce la total comunión con Dios; aquí el hombre enmudece y se deja
sorprender por el Espíritu
Santo. En este lugar ofrecemos nuestra vida y oración como un perfume agradable o como un incienso. En este
lugar el control absoluto pertenece al Espíritu
Santo. Sólo debemos permanecer y
escuchar; contemplar, adorar y dejarle obrar (cf. Lc 1,11-22). Se trata del
lugar más íntimo y excelso donde se produce la más hermosa comunión con nuestro amado Dios. Recordemos
que «los adoradores verdaderos
adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4,23).
Las hipótesis del mundo actual tienden a suprimir el espíritu, a deformar el alma y a abusar
de lo corporal. Para ellos somos un cuerpo con un alma (conjunto de reacciones
químicas). En cambio, me atrevo a defender
que somos un espíritu con un alma, en un
cuerpo.
El hombre y la mujer son las únicas criaturas de Dios a las que se
les infunde el aliento de vida para convertirlos en serves vivos espirituales
(cf. Gn 2,7). Esta es nuestro puente de unión con
el Espíritu Santo y toda realidad
del Reino de Dios. Se habla de María como
el primer sagrario. Nosotros también somos
sagrarios donde habita el Espíritu
Santo, y donde se halla el Espíritu
también están el Padre y el Hijo.
Invoquemos al Espíritu sin cesar para que habite en
cada templo de carne con su presencia gloriosa. Pongámonos en disposición de
que nos hable a través del
espíritu, guiando, sanando y
transformando nuestra alma y cuerpo para gloria eterna de Dios.
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